martes, 23 de octubre de 2007

Zurich

Zurich es la ciudad más grande de Suiza (350,000 habitantes) y también su centro cultural y de negocios. Además, hasta que en 1848 el título le fue transferido a Berna, aquí funcionó su capital política. Está ubicada entre montes cubiertos de bosques, junto al lago Zurich y sobre ambas márgenes del río Limmat.

Más allá de la belleza de su paisaje (el lago azul y las montañas nevadas) y una calidad de vida envidiable, Zurich es el símbolo de la prosperidad capitalista. Y eso está en sus cimientos, pocos metros debajo de la superficie de la avenida principal, Bahnhofstrasse. Allí, en las bóvedas subterráneas de los ya célebres bancos suizos, está celosamente custodiada gran parte del oro y del dinero (a veces de dudoso origen) de los poderosos del mundo. El estudio mundial sobre calidad de vida sitúa a Zurich y Ginebra al frente de la clasificación mundial de ciudades con mejor calidad de vida.

Es una ciudad de arte y arquitectura, desde sus cimientos romanos hasta los edificios clásicos del siglo XIX, y más de 50 museos. En la ciudad vieja, calles irregulares y balcones de madera que desafían la fuerza de la gravedad desde la Edad Media son testigos de capítulos fundamentales de la historia suiza. El origen de la ciudad se remonta al año 15 a.C., cuando los romanos fundaron un puesto y le pusieron el nombre de Turicum.
Para una panorámica de la ciudad vieja, los turistas suben a Lindenhof, una plaza sobre una colina donde se conservan restos de muros romanos. Queda muy poco del puesto fortificado romano, Turicum, que fue el primer núcleo urbano, pero las callejuelas que bajan y suben de la colina tienen muchos edificios antiguos y también mucho arte

Los alemanes bárbaros acabaron con la romanidad y construyeron sus casas en medio de aquel campamento. En el siglo XVI, cuando la ciudad consiguió su libertad frente al poder imperial, se destruyeron los edificios de la plaza, se plantaron árboles y los ciudadanos se juraron que nunca volverían a levantarse allí edificios que albergaran poder alguno. La plaza-parque, efectivamente, ha quedado para los novios, los turistas, los amantes del jazz (en verano) y los dueños de perritos encantadores.

En Zurich se vivieron hechos históricos, como la toma del gobierno por parte de artesanos en el siglo XIV y, en el XVI, la prédica de Ulrico Zwinglio, en la Catedral, en favor de la Reforma. Caminaron por los empedrados de estos estrechos pasajes personajes como Carlomagno, Goethe, Einstein, Lenin y Joyce. Y hoy son turistas los que visitan sus galerías de arte, boutiques, restaurantes y anticuarios. El marco son casas del siglo XII y antiguas fuentes. Pero el corazón de esta zona es la plaza de Münsterhof, donde funcionaba en el Medioevo un mercado de animales. Enfrente, el viejo ayuntamiento Zunfthaus zur Waag, de 1637.

En la ciudad vieja está la iglesia más antigua, la de San Pedro; en su torre románica lucen las esferas de reloj más grandes de Europa. Enfrente hay una taberna, la Haus zum Schwert, donde paraban Voltaire y Casanova, entre otros; Zurich, quitando el paréntesis de dictadura religiosa por parte de Zwinglio, en tiempos de la Reforma, ha sido siempre una ciudad muy liberal, refugio de afligidos. La Reforma se inició en la Grossmünster, la iglesia grande encargada por Carlomagno que marca con sus dos torres mochas el skyline de la ciudad. Se puede subir a la torre (2 francos suizos) por una interminable escalera caracol de madera, y desde la altura apreciar una vista espectacular de la ciudad con el lago, el río; los tejados antiguos y la montaña y bosque de fondo.

Frente a ella está la Fraumünster o iglesia de Nuestra Señora, una iglesia gótica del siglo XIII. Los turistas, sin embargo, no buscan sus hechuras ojivales, sino los 5 enormes vitrales que Marc Chagall pintó cuando tenía 81 años con motivos bíblicos; 10 años más tarde volvió, y decidió pintar un rosetón a juego. Sigue sin quedarme muy claro por qué la iglesia católica contrataría a un judío para hacer los vitrales, pero es un hecho que le quedaron muy bien y que atraen a miles de turistas. Tambien hay en esta iglesia vitrales de Giacometti.
En el casco viejo hay rincones deliciosos, y también llenos de historia. En el número 14 de la Siegelgassse vivió el camarada Lenin, rumiando su revolución proletaria.
Las calles céntricas estan llenas de cafés y cervecerías al aire libre, y el sutil entramado de escaleras de piedra, bebederos artísticos y finísimos negocios de arte y decoración. Es una ciudad de muros color crema, de ventanas abiertas y de balcones floridos sobre veredas angostas. La ciudad muestra lo mejor: pulcritud, exactitud, perfección, detallismo y precisión. Está rodeada de espacios verdes, colinas y montañas, y al borde de un río que se convierte en lago. No en vano ganó en varias encuestas el codiciado título de ciudad con mejor calidad de vida del mundo.
La calma y el silencio imperan en unas calles impolutas, ni un mínimo papel, ni una colilla, a los niños les enseñan a buscar el tacho de basura antes que a hablar. Sensación absoluta de confort, material y espiritual. No alcancé a acostumbrarme al hábito suizo de cruzar las calles donde hay lineas pintadas sin siquiera mirar a ver si vienen coches. Es un hecho que los coches se van a parar, vengan a la velocidad que vengan...
Los amantes del arte no deben perderse una pinacoteca esencial, la Kunsthaus, y ademas hay cincuenta museos y un centenar de galerías. Los aficionados a la música también están de enhorabuena: en las iglesias se dan casi más conciertos que misas, y en la Ópera o el Tonhalle los conciertos son de la mayor altura. Si se trata de cenar o divertirse, cerca de 2.000 restaurantes y unos 500 bares, clubes y discotecas parecen algo más que razonable para una ciudad modesta.
No sucumbir a la tentación de los aromas del chocolate es imposible en la ciudad suiza que hace maravillas con el cacao, donde las trufas se pesan como oro. Para disfrutar de esta tradición, resultan muy recomendables locales como Sprüngli y Teuscher. Sprüngli comercializa sus chocolates Lindt; uno de los mas famosos (y ricos) chocolates suizos.
También la parte nueva resulta fascinante; la Bahnhofstrasse, que va desde la estación de tren hasta el lago, es la calle con el metro cuadrado de suelo más caro del planeta. Allí conviven las firmas exclusivas, las 'catedrales' del chocolate y las del dinero (UBS, Credit Suisse). En el corazón de la capital económica del país, Bahnhofstrasse es la calle para los adictos al shopping, con joyerías, relojerías, boutiques y, claro, bancos. Esta calle de unas doce cuadras es la más cara y la más lujosa de Zurich.
Esta calle es a la vez, elegante y lujosa, atractiva y actual, con ese toque de discreción y vanguardia que caracteriza la mentalidad suiza. Joyerías, bancos privados, relojerías, casas de moda, hoteles, librerías y grandes tiendas se alternan entre los dos extremos de la calle: el lago y la estación.

La Bahnhofstrasse nace sobre la plaza de la Estación Central. El hall de la estación da una primera impresión de la calle que la prolonga: más que un mero acceso a los andenes tiene aires de un refinado shopping, con negocios de comida y souvenirs, tiendas selectas, florerías y muestras de arte.

A pesar de ser peatonal, una línea de tranvía atraviesa la calle de punta a punta. El tranvía se puede usar junto con los buses y trenes de las cercanías y algunos barcos, con la Zurich Card, una tarjeta de validez variable que además da acceso gratuito a 43 museos. Todas las grandes marcas de la moda de París y Milán están sobre la Bahnhofstrasse, en negocios propios o departamentales, además de las grandes tiendas Jelmoli y Globus, los íconos de las compras en Suiza.

Caminando por la Bahnhofstrasse uno se topa con el Café Sprüngli, el más elegante de la ciudad. Pero conviene demorarse un rato en el legendario Voltaire; allí, en 1916, nació el dadaísmo, uno de los principales movimientos artísticos y literarios de vanguardia, que se fijó como objetivo nada menos que la destrucción del orden. Este movimiento surgio cuando varios artistas se refugiaban en Suiza durante la Primera Guerra Mundial y se reunian en este cafe. Además del lujo y los chocolates, no se puede pasar por la Bahnhofstrasse sin siquiera mirar los últimos modelos de relojes de las grandes casas suizas. Generalmente se fabrican en ciudades y pueblos del Jura francófono, pero la Bahnhofstrasse de Zurich es su vidriera más prestigiosa. La casa Bucherer es una de las más tradicionales, pero muchas marcas (Swatch, Omega, etc) tienen también su propio local. Por supuesto, no pueden faltar los negocios donde comprar cortaplumas y una multitud de objetos que tienen los colores y la cruz suiza. Libros y música en abundancia hay en Ex Libris (tiene dos locales sobre la calle que vale la pena visitar) y en Barth, Orell & Füssli.

Lo esencial es tener una billetera sólida, ya que en la opulenta Suiza los precios son más elevados que en muchas otras partes de Europa, y en la lujosa Bahnhofstrasse, son más altos.
Para ir al lago hay que seguir por Bahnhofstrasse hasta Bürkliplatz, donde el puente Quaibrücke conecta ambas orillas del Limmat. Desde los paseos que bordean las aguas, las vistas son imperdibles. El más famoso es Limmatquai, en el centro de la ciudad y tambien los jardines de Uto Quai y Quai Brücke.
Zurich es, después de Ginebra, la ciudad con más hoteles de cinco estrellas. El Savoy fue el primer hotel abierto en Zúrich junto a la popular Paradeplatz, en 1838, renovado por completo a finales de los setenta en un estilo tradicional, sigue siendo uno de los cinco estrellas con más encanto (y más caro).
Es recomendable navegar por el lago de Zurich mayo a setiembre, cuando el termómetro marca en promedio 20 grados. Los barcos tienen restaurante y bar; sólo hay que sentarse y disfrutar del paisaje de casitas de cuento que pueblan las laderas y cumbres nevadas que se recortan en el cielo azul.
Es un "must" un paseo por los muelles del Limmat, el río que en compañía de un canal y un ejército de cisnes rasga suavemente a la ciudad. La escenografía es sencillamente de cuento. Al fondo, una bambalina de montañas azuladas sobre el lago. Asomándose a éste, un casco viejo bien mantenido con torres medievales emergiendo sobre los tejados.
Una vista espectacular se logra luego del ascenso en teleférico hasta la cumbre del Felsenegg, o bien la visita a Üetliberg, una montaña cercana donde hay un amplio panorama de la ciudad y la región.

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