Todos los vehiculos compiten para ver cuál hace sonar la bocina con más estridencia. No parece haber otra manera de abrirse paso entre la multitud de bicicletas, motos, taxis, rikshas, autos particulares, buses, camiones y peatones que confluyen en la misma esquina.
Todos tratan con maniobras a veces imprudentes de adelantarse unos a otros para llegar primero.
Las calles están llenas de grietas. Los automovilistas pasan los semáforos en rojo como si fueran señales decorativas, y todos ignoran las líneas divisorias de los carriles pintadas en las calles. Para empeorar las cosas, hay bueyes, vacas, caballos, e incluso camellos y monos vagando por las calles, retrasando y a veces deteniendo el tránsito.
Las calles están llenas de grietas. Los automovilistas pasan los semáforos en rojo como si fueran señales decorativas, y todos ignoran las líneas divisorias de los carriles pintadas en las calles. Para empeorar las cosas, hay bueyes, vacas, caballos, e incluso camellos y monos vagando por las calles, retrasando y a veces deteniendo el tránsito.
El ruido de las bocinas no solo no parece perturbar a los conductores, sino que ellos mismos incitan a usarlas: "Por favor, toque bocina. En la noche haga cambio de luces", se lee en inglés en las partes traseras de los vehículos de pasajeros y de carga, de tractores que arrastran volquetes repletos de mujeres, de camellos que tiran carretas con bultos enormes, de autobuses con un racimo de hombres en el techo.
Todos circulan por la derecha, que en el caso de India es el carril de velocidad porque se quedaron con la costumbre inglesa de ir en contravía del resto del mundo. En las carreteras los choferes no se pasan sino que tocan bocina y esperan a que el otro abra paso.
Ese tráfico endemoniado hace que, cruzar una calle a pie o tan sólo pensar en tener que manejar, produzca escalofrío. Viajar por las calles y rutas es una proeza y salir con vida es un milagro, sobre todo si se viaja en taxi-moto, una angosta cajita de tres llantas verde y amarilla, con techo de lona, una cortina de hule a modo de ventana y un hueco como puerta.
Cómodamente apenas caben dos personas y unos cuantos paquetes, pero los indios se las ingenian para acomodar hasta una decena de pasajeros, porque es un transporte eficiente y barato: cuesta la mitad de la de un taxi normal.
Además de ruidosas, las calles son multicolores. Por todas partes se ven mujeres con sus saris naranjas, fucsias, verdes y azules brillantes, que se confunden con los textiles que venden sobre el piso o en calles comerciales.
Las calles aquí son sucias. Hay basura y tierra que se pega al piso y las paredes, formando una nube de polvo fina y persistente. La mugre no respeta los palacios y construcciones de la época de los maharajás, los poderosos príncipes indios que gobernaron hasta 1949, dos años después de que el país consiguió la independencia de Inglaterra.
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