domingo, 12 de noviembre de 2006

Bejing


Bejing

Beijing impresiona por sus dimensiones. Todo es amplio, enorme, desde la Plaza Tiananmen hasta las avenidas, el mausoleo de Mao, la Ciudad Prohibida, la Gran Muralla, obviamente. Las avenidas son tan anchas, que para cruzarlas hay que hacerlo a través de túneles subterráneos. En los semáforos hay una persona en uniforme en una banderita triangular roja que no te deja cruzar en el momento que la luz se pone roja. En cada estación de colectivo, otro oficial con banderita y megáfono va organizando la subida al colectivo cuando este para, todo en forma organizada.

Sorprende también comprobar la impresionante magnitud del desarrollo y la potencia industrial, financiera y mercantil que ha alcanzado la ciudad, palpable en los espectaculares rascacielos que sirven de sede a las multinacionales y bancos. Paseando por las principales calles de Beijing uno tiene la impresión de estar en un gigantesco centro urbano, en el fondo nada distinto a Nueva York, o Paris (si exceptuamos naturalmente la escritura china de los neones en los que, en todo caso, se anuncia Coca Cola).


Al lado de los rascacielos más altos y esplendorosos, hay barrios con casas de 1 o 2 plantas donde el pulso vital de la ciudad sigue siendo el de siempre; te metes por esas callejuelas y ves que la gente sigue con su estilo de vida milenario, comprando y vendiendo cosas. Toda la actividad cotidiana ocurre en las calles: la gente que ocupa la calle para jugando al ajedrez, fumando, voceando para ofrecer sus mercancías, regateando o simplemente tomando el aire; hay puestitos de comida, de fruta, de teléfono, peluqueros, zapateros etc todo en la calle, ajenos a las amenazantes torres que se ciernen sobre ellos. ¿Por cuánto tiempo?

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