La gente…
Siempre que pensamos en China nos imaginamos costumbres extrañas, comidas rarísimas e idioma complicado, pero hay que preguntarse que piensan ellos de nosotros, o mejor aun, como nos perciben? 1.300 millones de personas y solo un puñado de extranjeros, obviamente los forasteros causan sensación. Tal vez no tanto en las grandes ciudades, como si en las pequeñas o en el campo. Resulta que para la mayoría de chinos, los extranjeros somos personas con muchos dólares en el bolsillo, con baja capacidad para regatear, además de que todos hablamos inglés. Es decir que siempre te saludan con un "hello” en especial los niños. No importa si sos latino, árabe, africano, para ellos todos los extranjeros hablan inglés, por eso te solicitan con frecuencia para que les enseñes ingles. Cuando les hablé o respondí en su idioma se sorprenden sobremanera y les extraña que pueda hacerlo, pero se quedan encantadísimos. En seguida aprendí algunas palabras básicas: hola (Ni’Hao), gracias (xie xie), vamos! (zhou’ba), 1-2-3 (Yi-ar-san) etc.
Así era con frecuencia solicitada para las fotos. No exactamente para que yo las tomara, pero para que me las tomaran. Uno tiene una sensación de popularidad, todos me querían para la foto del paseo. Estoy seguro que estos momentos debo estar por lo menos uno 25 álbumes familiares chinos. Aunque parezca extraño, aun existen muchos sitios de este país donde nunca han visto un extranjero: tomarse la foto, tocarle el pelo, mirar con detenimiento sus ropas es parte del ritual.
Otra cosa que es clara al no mas llegar a China es que este país no esta hecho para un fácil turismo para el que no domina el idioma. Es casi imposible moverse sin saber Chino. Prácticamente nada esta señalizado en Inglés, solo en los más famosos lugares turísticos. La dirección del hotel en caracteres chinos siempre conmigo, repito, SIEMPRE: perderse en Beijing y no llevar la dirección en caracteres puede ser un verdadero desastre, ya que nadie (incluido los taxistas) lee o entiende algo escrito en inglés.
La gente usa celulares ultramodernos colgados del cuello que se anuncian con música y no con timbres, muchos tienen los de la última generación, tipo palm pilot con 10,000 funciones y cámara de fotos. Pero la gente no habladucho por el celular: se mandan todo el tiempo mensajitos (sms) es más barato!
Los más jóvenes se distinguen de los mayores por las ropas, los gustos y los colores del pelo, todo occidentalizado. Ya no es insólito ver chinos pelirrojos o rubios, y seguramente renuevan su tintura en alguna de las dos peluquerías por cuadra que hay en promedio.
La gente va, en general, vestida correctamente y a la occidental. No se ve pobreza en las zonas que recorrí en las ciudades de Shanghai, Beijing, Nanjing. Nada que ver con India: en India la miseria aturde y oprime de tanta y tan extrema que es. Dar limosna en Delhi es casi suicida, pues acto seguido, salidos de la nada, decenas de menesterosos asaltan hasta el horror al despistado donante. No aquí. No hay nadie en harapos ni se ven mendigos. Tampoco niños pidiendo en las calles. La gente que trabaja no debe ganar mucho pero se les ve vestidos aceptablemente y bien alimentados. Hecho prodigioso en un país de 1.300 millones de habitantes donde sólo el 11 % del territorio es apto para cultivos (no como en Argentina, donde sobran las tierras fértiles y el agua, pero hay chicos que sufren anemia y desnutrición crónica). Tampoco se ve, como en Argentina, gente hambrienta esperando las sobras de los comensales. No vemos, siquiera, a la gente guardar las sobras. Van a la basura, señal inequívoca de que hay comida bastante y de que es accesible a una vasta mayoría de gente.
En Beijing, en la calle principal de compras veo un cuadro singular. Una docena de cochecitos de bebés con dos docenas de españoles. Llegaron a China para adoptar a algunas de las miles de niñas anualmente abandonadas por sus padres, en lo que constituye una de las consecuencias más terribles de la política de “un hijo por familia”. Esta drástica medida fue adoptada en 1980 ante el incontrolado crecimiento poblacional, que amenazaba los cimientos económicos y sociales del país. China tenía, en 1950, unos 500 millones de habitantes. En los 80 sumaban mil millones. El Estado cortó por lo sano, imponiendo la ley de un hijo y castigando con duras sanciones económicas a quien la incumpliera. La medida fue efectiva, pues la natalidad se redujo al 1% y la economía se multiplicó con creces. Su peor efecto secundario fue que, sobre todo en el campo, donde no tener un hijo varón se considera una desgracia, las familias abortaban si sabían que venía una niña o simplemente la abandonaban. Los orfanatos se han llenado de niñas, que atraen a familias europeas por la relativa facilidad de adopción. El efecto subsiguiente se hace notar en el presente. Hay un déficit calculado de 40 millones de mujeres (o un superávit de 40 millones de varones).
Algo que me llamó la atención es que los chinos raramente demuestran afecto en público, por ej. a orillas del hermoso lago de Hangzhou, y a pesar de que el ambiente era propicio y romántico, y el marco incomparable, las parejas no se besaban, ni siquiera iban abrazados o cogidos de la mano (cuando posan para una foto lo hacen firmes al estilo militar, eso sí, vestidos casi todos a la manera occidental).
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