domingo, 12 de noviembre de 2006

El campo…


El campo…


La visita a nuestros ensayos de fertilizantes es para mí la oportunidad de ver las zonas rurales del interior de China. A medida que nos alejamos de la ciudad aparece otra China. Las calles se van atascando de gente y vehículos, las vías se muestran insuficientes y, ya en la ruta, ésta no es una de las autopistas enormes que hemos visto, sino una carretera normal, insuficiente para la densidad de tráfico que hay. Aparecen pequeños comercios por doquier y gente moviéndose en lo que puede. El contraste con la ciudad es notable, aunque se mantienen los rasgos vistos en otros sitios. Las construcciones asoman. Sigue sin haber mendigos ni harapientos. No hay señales de hambre ni de miseria.


A medida que nos adentramos en el campo crecen los contrastes con Shanghai. La tierra está profusamente cultivada, pero las dispersas viviendas son pobres y es evidente que la gente vive humildemente. A medida que uno se adentra en China decrece la riqueza, aunque lo que se ve nada tiene que ver con la miseria extrema de India. Hay pobreza pero los campos están cultivados y aprovechados. No hay harapientos, la gente viste decentemente y ningún lugar huele a miseria. En un punto, contrastando con el paisaje agrícola, construyen un edificio de varias plantas. Pregunto si es una fábrica y responde que no, que es una escuela. En medio del campo, una escuela enorme. Esto es la República Popular China. El analfabetismo es sólo del 6.4%. Fervor por la educación. El socialismo de nuevo.

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